Antoine de Saint-Exupéry murió durante la Segunda Guerra Mundial sin haber hecho nunca declaraciones sobre el significado de su novela más universal: El Principito. Un libro inagotable, traducido a más de 250 idiomas, que en forma de cuento explora grandes dilemas sobre lo esencial o no de la vida, el amor y la condición humana. Un título corto para una obra inmensa injustamente encasillada en el género infantil porque hablar de El Principito es adentrarse en un universo mágico y reflexivo que ha trascendido generaciones, ha cautivado los corazones de lectores de todas las edades y se ha convertido en icono literario desde que vio la luz en 1943.

Porque cuando el pequeño príncipe, proveniente de un planeta minúsculo que en realidad era un asteroide —el B-612—, llegó a la tierra con el drama de los baobabs sembró en el imaginario todo un mundo que trascendió la cultura popular y dio lugar a adaptaciones teatrales, musicales, películas y, por supuesto, merchandasing de El Principito.

Así a lo largo del tiempo el libro ha encontrado su lugar en los estantes de millones de personas a través de distintas formas artísticas y, cómo no, los peluches de El Principito tenían que estar dentro de esa colección para alimentar la emoción de lectores y también de coleccionistas de esta obra inmortal.